Ella: hola
Yo: hola, que milagro
Ella: pues nada, que haces
Yo: destapando una cerveza
Ella: ¿nos vemos?
Yo: si
Ella: ¿estas en tu casa, voy por ti?
Yo: no estoy en mi casa, esta es la dirección……
Fue puntual y estuvo a tiempo donde quedamos, subí a su carro y la salude como buenos amigos, pregunto que a donde íbamos, tendría que pasar a cambiarme por que hacia un frío infernal, envolvente; chispeante. Su presencia a mi lado no me hacia sentir ni bien ni mal solo sabia que estaba que estaba ahí importándole a alguien. Baje en la esquina y camine unos cuantos pasos perdido en un mundo de ideas dispersas queriendo visualizar el término de aquella noche. Tome el primer suéter que encontré, baje por mi cartera y lave mis dientes; tratando de disfrazar el olor a cerveza ingerida a lo largo del día.
Ella: ¿Qué hacemos?
Yo: no se, ¿platicar?
Ella: bueno, pero aquí no
Yo: OK, dos calles adelante no transita demasiada gente.
Siguió por donde le indique y mantuvimos un silencio muerto, un silencio cansado de dos personas que llevaban tiempo sin verse y su idea de la vida se había tornado sino contraria por lo menos diferente
Yo: me preguntaba que sentiré si te beso, ¿como sería ahora esa sensación?
El mundo estaba ahí paralizado bajo una noche incipientemente lluviosa, la calle lucia vacía, como si los demonios callejeros presagiaran el final de un desfile de instantes, la sombra de la necesidad nos iluminaba con su presencia, el frió se agudizaba al ritmo de las palabras; como un incendio voraz por los pastizales de mí entumido cuerpo. Tenía escalofríos, mi paciencia se consumía por la incipiente resaca que empezaba a resurgir en el mar del horizonte. La música era muy mala- eran sus gustos-.
Ella: no me gusta el lugar vamos a otro lado
Yo: ¿donde estemos solos?
Ella: si
Yo: ¿hay que comprar algo de tomar no?
Ella: tú pon las chelas y yo el lugar
Yo: ya estas.
Encendió temerosamente el auto y seguimos platicando de cosas vanas irrecordables, llegamos al expendio y descendí por un seis algo helado para seguir rescrebajando mis intestinos. La bese tiernamente; sus labios y la punta de la lengua seguir el juego y el ritmo para encender lo que fuese, no sentí nada que no haya sentido nunca, digo solo era un beso- si todo se pudiera reducir a la necesidad de un beso, no habría problemas existenciales- tomamos la carretera panorámica hacia los parques nacionales repletos de soledad, fogatas ardientes y naturaleza en su máxima esplendor. En medio de las curvas y lo entrecortado de los cerros, mis manos fueron cayendo como gotas en silencio sobre sus repletos muslos, mis dedos temerosos recorrían sus veredas y explotaban sus rincones, reacciono asintiendo las caricias. Nos comíamos la carretera como la noche nos tragaba, era un relación homogénea las estrellas estaban ahí queriéndolo ver todo, me refugie en una concentrando toda mi fuerza en descubrir su identidad, fuimos bebiendo torpemente la cervezas hasta que tomamos una lateral no pavimentada, nos adentrábamos a la infinita mancha forestal, la tierra era húmeda casi convertida en un charco; deposito de lodo espeso dispuesto a impedirnos el paso. El valle de los enamorados nos abría sus puertas, nadie estaba en el acceso y este no fue cobrado, proseguimos hasta el medio de la nada, de la lamentable y asfixiante nada.
Ella: ¿crees que vuelva a funcionar?
Yo: no se es difícil
Ella: ¿Por qué?
Yo: tenemos vidas perpendiculares que algún día se cruzaron y nos exprimimos el alma en millones de diamantes que nos atravesaban a base de orgasmos e instantes, fue una buena época, sin duda una buena época, nos preferíamos por encima de nosotros mismos era un dependencia talvez hasta cierto punto enfermiza. Solo nos queda lo único posible en esta vida viciosa de principios y finales: intentarlo; estaría bien intentarlo
Ella: aquí no se puede, no es cómodo
Yo: ¿un hotel?
Ella: si
El camino de regreso fue diferente, mi piel estaba extasiada, hinchada, mis manos llenas de caricias dadas, de olores que intuían una tormenta de fluidos, mentiras y gemidos. Trate de recordar cual era el hotel mas barato de todas las historias que me contó tiempo atrás un buen y apreciado amigo que seguramente recorrió todos los de la región.
En la entrada pague algo así como doscientos pesos, se me hizo demasiado caro para tan poco tiempo, pero no iba a discutir por pequeñeces en ese instante de grandes pretensiones, estacione el coche que maneje desde el bosque, ya me había dado el poder y el mando de la situación cuando propuso que manejara, todo el recorrido me miro y sus ojos se iluminaban con una chipa casi sincera que por supuesto no creí. Subimos las angostas escaleras, todavía nos sobraban un par de botellas destapa fácil.
Ella: voy al baño
Yo: si
La habitación era horrible y no lo digo bajo el nivel de status, las sabanas, la televisión, el baño, la alfombra, no, en ese aspecto era hasta reconfortante, me refiero a que a pesar de que ahí muchas relaciones llegaron a niveles jamás pensados, amores se consumaron en un cenit mágico y lleno de recuerdos y de las miles de infidelidades ahí cometidas- talvez se estaba cometiendo una en ese instante- era totalmente fría, inerte, parecía un refrigerador de almas y pasiones, la gran cama era un plancha de una morgue moderna para muertos vivientes o para vivos muriéndose, evaporándose- no lo sé-
Se acerco, nos tumbamos hacia la cama que no se calentaba ni con nuestros ebullicientes seres contorsionándose al ritmo de una tonada imaginaria: tal vez la marcha fúnebre.
Yo: ¿ya?
Ella: ya, ¿tu?
Yo: no
Ella: ya no puedo
Yo: no termino
Ella: haber espera
Yo: woooooow
Ella: ¿ya?
Yo: yayayayayayayaaaaa
Nos quedamos dormidos y nos despertó el frió de las cervezas ya no destapadas y de las verdades no concluidas; baje en la puerta de mi casa.
Yo: me llamas
Ella: si.